EFE.-Poco más de tres kilómetros separan la pista central de Wimbledon de la prisión de Wandsworth, la nueva casa de Boris Becker.
El alemán, sentenciado a dos años y medio a la sombra, ha cambiado el lujo del torneo más exclusivo del mundo por una de las peores cárceles de Inglaterra, conocida por su violencia, su crudeza y sus malas condiciones.
Lo explica el cineasta Chris Atkins en su libro «A Bit of a Stretch», en el que relató los meses que pasó en la prisión londinense por evasión de impuestos. «Lo que más me impactó fue el ruido que hay», escribió Atkins, que pasó nueve meses en la cárcel.
El germano, tres veces campeón en la Catedral, ha caído en desgracia por ocultar bienes y préstamos por valor de 2,5 millones de libras (3 millones de euros) cuando se declaró en bancarrota en 2017. A sus 54 años, Becker tendrá que cambiar su lujosa vida por la penitenciaria de Wandsworth, donde convivirá con otros 1.300 reclusos y que es definida por los tabloides ingleses como «una de las peores de Inglaterra».
En su informe anual, el inspector jefe de prisiones Charlie Taylor apuntó que los reclusos pasan más de 22 horas al día en sus celdas y que durante el periodo 2020/2021 hubo, al menos, un ataque al día entre ellos y que los guardias tuvieron que utilizar la fuerza 1.295 veces, casi cuatro veces al día.
A esto se suman las malas condiciones del centro, descrito como «ruinoso, con los presos hacinados e infestado de ratas e insectos«.
«Estoy muy triste por él», dijo Novak Djokovic, pupilo de Becker entre 2013 y 2016. «Es un amigo desde hace muchos años y alguien a quien considero muy cercano y que ha contribuido mucho al éxito en mi carrera.
No voy a entrar en detalles sobre su veredicto, porque no estoy en una posición para ello, pero, como amigo, estoy muy triste por él», añadió el serbio.
Becker, que llegó a ganar seis Grand Slams, tendrá que pasar varios días en un ala de inducción, antes de pasar a una zona de categoría B en nivel de seguridad.
Tras seis semanas y, si mostrara buen comportamiento, podría optar a alguno de los trabajos de la prisión, como el de monitor de gimnasio, mientras que sería a los 10 meses cuando se podría marchar, controlado, eso sí, por una pulsera electrónica.