Madrid, 13 ago (EFE).- No hay apenas goyescas o chulapos entre los 30 y los 50 años y la música y los bailes modernos han eclipsado a los chotis y las zarzuelas en Madrid, una ciudad en la que lleva décadas diluyéndose el habla arrastrada con otros dejes y lenguas que resuenan de paso o que son parte del día a día de esta urbe multicultural…
Esta fotografía podría ser la de una jornada cualquiera de las fiestas de agosto de la capital, pero también es la imagen fija desde hace tiempo del ocaso de un casticismo que no tiene relevo generacional ni apoyo institucional.
Así es el diagnóstico que hacen a Efe miembros de diferentes asociaciones y agrupaciones castizas, que ven con “pena”, “desasosiego” o «cansancio» cómo se va perdiendo el interés por las tradiciones, aquellas en las que trabajan para que perduren.
«Es muy triste y sobre todo eso, la gente joven sí va a las fiestas a ver los conciertos pero a participar como castizos pues no. Esto se está perdiendo», es el sentir generalizado en palabras de Rosalía Fernández, presidenta de la Agrupación Castiza de Madriz al Cielo.
Ella y Federico Gómez (presidente de la Federación de Grupos Tradicionales de Madrid), Luis Caballero (responsable de Relaciones y Protocolo de la Federación y miembro de la Agrupación de Madrileños y Amigos de Los Castizos) y Paloma Clemente (presidenta de la Asociación Castiza de Rompe y Rasga) comentan las causas del declive del casticismo madrileño.
PERO, ¿QUÉ ES EL CASTICISMO MADRILEÑO?
El término casticismo viene de casta, instruye Caballero. Por ejemplo, alguien nacido en Cantabria “es un castizo de Cantabria”. “¿Por qué casta? Porque cree en sus tradiciones, en sus costumbres, historia, gastronomía, folklore… Eso es el casticismo, sentir tu ciudad, tu región, tu comunidad”.
“Pero sentirlo participando en esto”, aclara, “en las romerías, en las verbenas, en comerse unos entresijos y unas gallinejas aquí en Madrid” para quien no le haga ascos a estos típicos bocados.
Da igual de dónde se provenga, “el caso es celebrarlo, vestirse” con la indumentaria castiza y vivirlo, apostilla Clemente, y Caballero resalta que se trata de “salvaguardar” y “apostar” por la costumbre de esta región, y no solo en las fiestas de agosto y en San Isidro, quizá las más mediáticas y populares.
Y es que la Federación y las agrupaciones tienen el calendario repleto de verbenas, romerías y actos tradicionales entre febrero y noviembre, en las que intentan «salvaguardar, conservar y promocionar el casticismo de Madrid”, con sus chotis y sus pasodobles, con sus zarzuelas y su olor a fritanga, con sus limonadas y con su imaginario y sus leyendas, desde la garantía de que no te faltará trabajo en un año si tomas una flor de la carroza de San Cayetano y le rezas, hasta el estado civil de las madrileñas que se oculta tras el número y los colores de los claveles que lucen en sus melenas.
En estas agrupaciones, que también van a colegios (donde el costumbrismo suele resumirse en vestirse de gala en San Isidro, observan) o a residencias de ancianos, los socios suelen tener de 60 años en adelante, y alertan de que cuando lo dejen “esto desaparece”.
NI PROMOCIÓN INSTITUCIONAL NI RELEVO GENERACIONAL EN UNA CIUDAD MULTICULTURAL
Aunque Gómez y otros comentaristas sitúan el punto de partida del actual declive del casticismo en el mandato de Alberto Ruiz-Gallardón (2003-2011), que lo veía como “algo obsoleto” o “casposo”, la historia viene de antes.
Fue en la década de los años 80 cuando surgió el movimiento a favor del casticismo madrileño y empezaron a constituirse las asociaciones, que ya entonces surgieron para intentar recuperar las raíces madrileñas ante el “deterioro” de las viejas tradiciones capitalinas.
“La incorporación de otros folklores, siempre enriquecedores, sin duda, había hecho, sin embargo, ensombrecer el propio de tal manera que parecía destinado a desaparecer en un futuro no muy lejano”, recoge la Federación en su web.
Madrid, como “ciudad tan abierta y plural”, había sido objeto de movimientos migratorios de otras provincias, al igual que ahora “llevamos años con inmigración de otros países, principalmente latinoamericanos, que traen su cultura, su tradición, su gastronomía». “Bienvenidos sean, pero que no se olvide lo nuestro”, apunta Caballero.
Parece, sin embargo, que sí se va perdiendo, o que donde más late esa idiosincrasia en sus círculos, y señalan dos causas para este debilitamiento.
Por un lado, la falta de relevo generacional (“de los 30 a los 50 años», cuando ya se presupone cierta «estabilidad», «nos están faltando” socios en las agrupaciones y madrileños en las calles celebrando a la antigua usanza), y, por otro, la falta de apoyo institucional, que les hace mirar con “envidia sana” a otras latitudes nacionales donde no hay diferencia de edades para calzarse el traje tradicional y tienen más respaldo y promoción institucional: Valencia y sus fallas, la feria de abril de Sevilla, Zaragoza y las fiestas del Pilar, los San Fermines de Pamplona…
La juventud no mama desde casa ni desde los centros educativos las tradiciones madrileñas, y se acerca a las fiestas “al botellón”, a los conciertos modernos programados y “al perreo”, pero «ni saben ni quieren bailar chotis”, si bien luego aplauden entusiasmados cuando ven a socios ataviados con sus trajes marcarse este castizo baile.
Aunque de casta le viene al galgo, y procuran que sus hijos y nietos sigan las tradiciones. “Unos sí las siguen, y otros no”, comenta Clemente.
A las autoridades reclaman más apoyo y promoción, como poder transmitir a los jóvenes las tradiciones en centros culturales, o locales municipales o ayudas para sufragar los cuarteles generales donde ensayan o divulgan la historia intrínseca de Madrid.
Especialmente críticos son con las fiestas de agosto de este año. Dicen que han sido escasas las reuniones con el Ayuntamiento, que prima lo moderno por encima de las propuestas tradicionales, que han perdido espacio con respecto a otras ediciones o que San Cayetano (del 4 al 7 de agosto), San Lorenzo (del 10 al 12) y La Paloma (del 13 al 15) suman menos días de lo habitual en el calendario veraniego.
«Nos da mucha pena que unas fiestas que han sido siempre muy bonitas en Madrid este año van a tener muy poco lucimiento”, resume Fernández.
Fuentes del Ayuntamiento señalan a Efe que la Junta de Centro “apoya las tradiciones populares e intenta que perduren en el tiempo”, y, para ello, se han mantenido “reuniones con frecuencia” con las asociaciones castizas “más representativas”, que forman parte de la comisión de fiestas.
“A todas estas asociaciones castizas se les ha incluido, a través de sus actuaciones, en las fiestas de agosto del distrito de Centro”, añaden las fuentes.
En cuanto al número de jornadas de estas fiestas, que se empezaron a preparar en diciembre de 2021 y en enero de 2022, “se estableció tres días por cada fiesta” al no saber cómo iba a evolucionar la pandemia, y sobre el menor espacio en la plaza de la Paja desde el Consistorio señalan que se informó ya entonces a las agrupaciones de que no podrían instalarse casetas allí al estar recién reformada y estar en periodo de garantía.
“Por supuesto, desde la Junta de Centro se les ofrecieron otros espacios alternativos para las casetas que habitualmente instalaban en la plaza de la Paja. Así que tienen las que han solicitado”, apostillan.
LA GASTRONOMÍA, UN CAPÍTULO APARTE
Inherente al casticismo madrileño es la gastronomía basada en la casquería, consolidada desde mediados del siglo XIX en torno a los mataderos de la ciudad, donde la gente sin recursos acudía para conseguir vísceras del cordero que inicialmente se desechaban.
Una tradición culinaria popular y visceral en forma pero también en fondo: o la amas o la odias. Hay quienes repudian el propio olor, comenta Berta Gutiérrez, co-propietaria de Casa Enriqueta, abierta desde 1958 en General Preciados.
Junto con un hermano, es la tercera generación al frente de esta taberna, y dice que “notan” que ha habido otras freidurías -la de Embajadores y varias en Vallecas, ejemplifica-, que “han ido cerrando y no han continuado”, no sabe si por falta de negocio, de clientes o de empeño, porque en Casa Enriqueta, que se ha ido “adaptando” a los tiempos añadiendo a su carta otros platos típicos como bravas, oreja, callos o calamares, tienen demanda, tanta que siguen “creciendo”.
La taberna, que tiene clientela de todas las edades, “siempre ha funcionado bastante bien”, quizá por una cuestión de “suerte”: el local es familiar, y además de tener una terraza, han ampliado el negocio haciendo un salón en un local anexo y recientemente han adquirido otro cercano que estará enfocado a pedidos a domicilio -modalidad que ya trabajan- y a cocina tradicional ‘rápida’.
“Tenemos alta demanda, pero creo que es debido a los pocos sitios que quedan especializados en esto”, considera Gutiérrez, y hace dos llamamientos.
Más promoción turística, porque “esto es cultura y se está perdiendo” bajo otras propuestas como el bocata de calamares, y que “la gente se anime, que aquí hay negocio” entre gallinejas, entresijos, zarajos y madejas. EFE