Agencia EFE.-Pasan unos minutos de las dos y media de la madrugada en España, Rafa Nadal y Daniil Medvedev se están matando en la pista Arthur Ashe y María Francisca Perelló, novia del tenista de Manacor, se levanta de su asiento y jalea sus brazos pidiendo apoyo al público. Es un momento decisivo porque el balear tiene bola de break en un infernal quinto set.
Rafa rompe el servicio del ruso después de un punto para la historia, maratoniano y que tiene de todo. Encarrila una final que parece imposible de ganar porque delante no compite contra un deportista, lo hace frente a un robot que no falla una pelota y que no hace un gesto de más. Pasan las horas y Medvedev no muestra ni un sentimiento, reparte golpes ganadores (75) sin miramiento alguno y parece marchar decidido hacia el título.
Ambos tienen calambres, ambos miran al cielo y no saben si pedir ayuda divina o clemencia porque hace mucho rato que no están en un partido de tenis, sino que están dilucidando una auténtica guerra. El campeón no encuentra soluciones a los ‘cañonazos’ de su rival y el aspirante no entiende cómo Nadal sigue en pie.
Casi cinco horas de final
El reloj de partido marca las cuatro horas y cincuenta minutos de batalla cuando Rafa Nadal, que ya ha dejado escapar dos bolas de campeonato al resto, se dispone a servir para ganar su cuarto Abierto de los Estados Unidos. Al tercer golpe de Medvedev la bola vuela más allá de la línea de fondo y España entera contiene un ‘vamos’ que retumba hasta en Manhattan. Nadal, visiblemente tocado y acalambrado, yace en la Central de Flushing Meadows sin poder contener las lágrimas. Lo ha vuelto a hacer, otro milagro, otra victoria para la historia, otra epopeya que relatar de aquí cincuenta años.
Conquista su decimonoveno Grand Slam en un partido que jamás olvidará nadie que lo haya visto y en esa lucha por ser el más grande de todos los tiempos se queda a tan solo uno de Roger Federer (20) y pone tres de ventaja respecto al tercero en discordia, Novak Djokovic (16). Lo dice con la boca pequeña, pero ese reto lo alimenta como ningún otro ahora mismo. «Creo que puedo conseguirlo», reconocía hace unos días.
Pero hasta celebrar emocionado, pasan un millón de cosas en la final ante Medvedev, en uno de los mejores partidos del año y de la historia. El punto de partida es atípico porque en el otro lado de la red ni está Federer ni está Djokovic, con lo que el mito español carga en su mochila con todo el favoritismo.
Ni en la pista, ni en España y casi ni en Rusia existe una sola persona que pueda concebir una victoria de Daniil Medvedev esta noche, pero en su cabeza la idea de la derrota no existe. Y eso que el guion del partido parece dar la razón a todos aquellos que veían una final un tanto descafeinada y sin mayor interés que el de ver un destrozo de Rafa Nadal.
Dos sets perfectos de Nadal
El de Manacor arranca firme, seguro de sí mismo y de cada cosa que hace. Gobierna el partido desde la solidez y la experiencia, siendo más fiable y constante en los momentos calientes del encuentro. El soviético muestra en el primer set todas sus armas, una variedad de golpes propia de un número uno, un servicio perfecto de un tipo que llega a los dos metros y unos movimientos de fondo que cuestan de asimilar en alguien de 1.98.
Resiste a Nadal hasta el 6-5, cuando su resistencia se resquebraja, muestra un mínimo signo de debilidad y a la que Nadal huele la sangre va a la mandíbula directamente. No tiene reparo alguno en cerrar 7-5 el primer parcial y asentarse en el dominio mediado el segundo set. Rompe en el sexto juego, domina el partido gracias a un ‘drive‘ que mejora con el paso del partido y a un revés cortado que tortura las costillas de su rival, obligado a agacharse constantemente.
La situación en Flushing Meadwos parece bajo control y nadie es capaz de imaginar lo que venía por delante. De hecho, en el quinto juego del tercer set Rafa Nadal vuelve a romper el servicio de Medvedev y enseña el puño a su palco, un gesto con el que parece decir, ‘aquí lo tengo’. Pero es ahí cuando estalla la bomba. El jugador que navega con todo perdido lleva una hora y media con la pierna del español en su cuello, pero antes de ahogarse, patalea. Y vaya cómo lo hace.
La reacción de Medvedev
Algo pasa en el juego del tenista ruso, que empieza a ver la pista de tenis como un arco iris y cada golpe que pega es un ganador. No solamente devuelve la ruptura al jugador nacional, sino que empieza a hacerle ver que todavía tiene mucho trabajo por delante. El encuentro se instala en su mejor momento, con ambos tenistas golpeándose a pecho descubierto. Pero de esa batalla sale vencedor Daniil, que se apunta el tercer parcial ante la incredulidad de la gente. ¿Será un espejismo? es la pregunta que a todos nos ronda por la cabeza.
Sin embargo, la pregunta se responde rápidamente. El inicio del cuarto set es la demostración perfecta de que este chico, cuarto del mundo a partir de este lunes, está llamado a liderar la conocida como ‘Next Gen‘ y a ganar más de uno y más de dos grandes.
Zarandea a Nadal durante muchos minutos, quien no encuentra soluciones y a quien empiezan a pesarle las piernas. Ya no golpea con la autoridad del principio, flaquea durante algunos puntos y llega tarde en los desplazamientos laterales; mientras, en el otro lado de la red el ruso no titubea, no muestra el menor signo de cansancio ni físico ni mental. Tiene el partido en su terreno y lo demuestra en el décimo juego, donde rompe al favorito, empata el partido y lleva el delirio a una Arthur Ashe que quiere épica.
Rafa, una roca habitualmente, muestra el gesto torcido y su expresión corporal es de preocupación. Sin saber muy bien cómo ha pasado, en hora y media, la situación ha cambiado drásticamente y de tener la final ganada pasa a tenerla que empezar a ganar otra vez, con cuatro horas en las piernas y con un rival en frente que parece diseñado por un ordenador.
Con 1-0 a favor de Medvedev en el quinto, Nadal sobrevive a una situación límite, levanta tres bolas de ‘break’ y alza los brazos, intentando meter al público en el partido. Interiormente debe estar esperando que le lleguen los problemas a su rival, que se planta en este partido después de un verano loco en el que ha jugado, de manera consecutiva, las finales de Washington, Montreal -ante Nadal-, Cincinnati -donde gana el título- y ahora Nueva York.
Pero ese momento no llega y Nadal tiene que sacar adelante la final a base de tenis, algo de lo que tiene cada vez más. Con 3-2 en el marcador levanta un juego en el que está 40-0 abajo, con todo su palco en pie conteniendo la respiración. Carlos Moyá, su entrenador, parece no respirar, mientras su padre y su hermano mascullan en silencio y su novia apenas puede sentarse.
Nadal: «Estaba muerto»
Rafa encarrila el quinto set (5-2) pero Medvedev vuelve a demostrar que tiene un millón de vidas, con protagonismo del juez de silla incluido. Con bola de ‘break’ en contra, Rafa sufre una violación de tiempo y tiene que sacar con un segundo servicio que termina en doble falta. «Estaba muy nervioso», reconoce unos minutos después de ganar. «Me costaba pegar la derecha«, explica.
Nadal cierra el partido (7-5, 6-3, 5-7, 4-6 y 6-4) y se tumba en la pista como si fuese la cama de un hotel de cinco estrellas. «Estaba muerto», comenta. Pero ya tiene la copa, ya presume de ella, de su cuarto Abierto de Estados Unidos y de su decimonoveno Grand Slam.
Lo ha vuelto a hacer, otro milagro, otro partido para la historia, otra demostración de pundonor, de pasión, de amor por lo que hace y por sí mismo. Otra clase maestra para todos esos chicos jóvenes que practican deporte. Rafa Nadal es el mayor orgullo español y desde aquí solo me queda felicitarle, recordarle que sus partidos siguen quitándome años de vida y darle las gracias.
Israel Molina. EFE